[extracto de carta
a Álvaro]
Jueves, 15 de diciembre de 1994
Apreciado Primo:
Hay en Kamsar un pozo. Todo aquél que arroje una piedra en ese
pozo morirá indefectiblemente. Narra el mito que en 1973, cuando
se empezaron las obras de construcción de la ciudad minera de
Kamsar, un bulldozer de los militares (en la Guinea de Sékou
Touré todo lo hacían los militares) cubrió el pozo
de arena y gravilla, desconociendo, sin duda, su poderoso "secreto".
Luego tres camiones de militares tuvieron sendos accidentes en la ruta
que va hacia Boké y hubo un montón de muertos. Fue tras
el tercer accidente cuando se empezó a sospechar que había
algo "misterioso" en esa triple sucesión fatal
(1). Las autoridades fueron a ver a los propietarios de la tierra,
o sea los bagas, y les preguntaron, un poco ex abrupto
a mi modesto entender: "Oíd, bagas ¿Por qué
ha habido tres accidentes seguidos en la misma carretera?" Los
bagas, que en ese momento se estaban tomando un café estupendo,
respondieron que no tenían ni la más remota idea, pero
que harían averiguaciones. Algunos días más tarde
los bagas llamaron a las autoridades pertinentes. "Oíd,
autoridades pertinentes: Nos habéis planteado un problema y hemos
dado con la solución. En el curso de vuestros trabajos habéis
cubierto un pozo sagrado y el genio que lo habita no se ha puesto nada
contento. Si queréis que nada más vuelva a suceder, tenéis
que vaciar el pozo".
Algunos días más tarde el pozo fue purgado. Según
Olivier, mi primer informante en este asunto tenebroso, los pobres obreros
encargados del trabajo lo hicieron "llorando de miedo", aunque
finalmente no les pasó nada (en mi versión del mito (2),
el genio les pagará además unas birras, como muestra de
agradecimiento). A partir de ese momento, el pozo se dejó en
paz y ahora duerme tranquilo entre unos platanales y densa vegetación
al lado del hospital de Kamsar. Hace unos años, un italiano de
la Compagnie des bauxites guinneenes (CBG), paseando junto al
pozo con un africano, fue advertido por éste: "¡Ojo!"
"¿Qué pasa?" preguntó el italiano. "Ojo
con este pozo, no sea que arrojes una piedra sin darte cuenta",
respondió su colega, como si nada. Podemos imaginarnos el mosqueo
del italiano: "Mamma mia, ¿y qué diablos
sucede si arrojo una piedra?" "Ah -respondió el africano-,
todo el que arroje una piedra en este pozo muere inevitablemente".
"Tonterías", dijo el italiano, cogió una piedra
y la arrojó (3).
Y murió.
Bueno, en realidad, las versiones difieren. La gente normalmente dice
que murió (y de paso lo multiplican, no a un italiano sino a
dos, tres o muchos blancos), otros dicen que ese día cogió
el coche, fue a Boké y tuvo un accidente junto al río.
Ni su coche ni su cadáver fueron jamás hallados. En la
versión de Fara, el italiano murió de un infarto en su
casa, ese día por la noche.
Al parecer, años más tarde vino un esotérico holandés
para analizar/ exorcizar/poltergeistizar el pozo y tras descender en
él dictaminó que el "secreto" del pozo era demasiado
fuerte para él. Un día, por la tarde, mientras paseaba
en coche por Kamsar con su esposa y su hijito, tuvieron un accidente
y se rompieron varios huesos, aunque gracias a Dios ninguno de los tres
murió (Bueno, tal vez los secretos de los africanos sean más
fuertes que la ciencia occidental, pero el Dios de los blancos demuestra
en este increíble mito urbano ser mucho más bueno que
los genios africanos).
Todo esto se cuenta en Kamsar.
Si descendemos a Conakry, a tan sólo 300 km., las historias se
deforman a tal extremo que le dan a uno ganas de abandonar la credibilidad
en el género humano: que muchos blancos han muerto tras
arrojar piedras al pozo; que ese pozo es el hogar de kakilambe,
poderoso espírtu de los bagas, que ese pozo se prolonga hasta
Tuba, a más de 500 km. al noroeste de Guinea, y qué sé
yo (4).
De hecho, fue en Conakry y no en Kamsar donde alguien me habló
por vez primera del pozo. Los bagas, por supuesto, jamás me darían
tanta información sobre "sus secretos". Luego le pregunté
a Abu si es cierto, y Abu me respondió que sí, que hay
un pozo muy maligno, que varios blancos han muerto tras arrojar
piedras en él (decididamente, nuestro genio no come piedras),
y que finalmente los responsables de la CBG han decidido vallar el pozo
y poner un letrero:
PERIL DE MORT
A mí me extrañó esta licencia de los jefes de la
CBG (mayormente blancos) para con el mito africano, pero tal como lo
contaba Abu, tenía que ser así. Mas cuál no fue
mi sorpresa al llegar a Kamsar y, tras visitar el lugar en cuestión,
encontrarme con que ni está vallado, ni hay letrero, ni nada
de nada: el pozo está al aire libre, rodeado de platanales y
de densa vegetación.
Entonces me dije: si Abu me engaña en cosas tan evidentes y tan
cercanas, ¿no será todo una gran mentira? Y sobre todo,
¿por qué me engaña Abu?
La respuesta a la segunda pregunta, de por qué me engaña
Abu, es el quid de la cuestión. Abu me engañó sin
malicia, dejado llevar por su creencia en ese pozo y por su certeza
de que el pozo ha matado muchos blancos. Me engañó por
exageración. Pero antes de seguir debo hacer dos cosas.
Primero un pipi consecuencia inmediata e inevitable de la Heineken que
me estoy tomando. Segundo, explicarte una famosa teoría que elaboré
hace muchos años, y que ahora me viene como anillo al dedo. Es
la célebre
TEORÍA
SENSACIONAL DE LA EXAGERACIÓN
By myself
Curioso como soy (nosotros los tipos curiosos), desde hace años
me he preguntado por qué exagera la gente. Por qué, cuando
relatamos un acontecimiento, lo hacemos todo más grande, más
cerca, más fuerte, más etc. Finalmente, hace ya un montonazo
de años (tal vez mil), llegué a la conclusión de
que la gente exagera porque si no lo hacen no consiguen que el que escucha
tenga la experiencia que él o ella tuvo. Por ejemplo: un león
a diez metros de distancia da miedo, mucho miedo. Pero el miedo vivido
por el que tiene un león a diez metros de distancia es cuatro
veces mayor que el miedo de aquél a quien se lo cuenta, que no
entiende por qué un león a diez metros tiene que dar tantísimo
miedo. Conclusión, el narrador divide la distancia por cuatro.
"El otro día", dirá, "se me puso un león
a dos metros y medio de distancia; qué miedo pasé, tío,
¿te imaginas un león a dos metros y medio de aquí?"
Y el otro tendrá tanto miedo imaginándose un león
a dos metros y medio de distancia como el que tendría si tuviera
un león no a dos metros y medio de distancia, sino a diez. Si
lo tuviera a dos metros y medio de distancia, su miedo sería
por supuesto cuatro veces mayor.
Todo ello porque, como sabemos, la diferencia entre lo vivido y lo oído
es prácticamente insalvable. Al traducir lo vivido a contado/oído
se produce siempre una pérdida no de información (de hecho,
lo más probable es que haya un incremento de información,
ya que la redundancia es una característica del discurso oral),
sino de sensación (5).
Esto es inevitable y es debido, por un lado, a las diferentes naturalezas
de la sensación y del lenguaje, y por otro lado al hecho de que,
para el que vive la experiencia, ésta es inesperada, mientras
que al que se la contamos está contextualmente sobre aviso de
que vamos a contarle algo sensacional (nunca le dices a un tipo "el
otro día se me puso un león a diez metros de distancia"
después de que te pida fuego, por ejemplo). Es para solventar
esta pérdida por lo que el emisor del relato exagerará
incrementando (o redundando) la sensación, a fin de que la que
llegue a su receptor sea igual a la originalmente vivida por él,
¿me sigue Ud?
La fórmula es:
Experiencia
vivida |
Experiencia
contada |
Sensación
X |
Sensación
X-n |
Por lo que el locutor contará una "Experiencia contada+n"
en la cual la sensación volverá a ser X, como en la experiencia
vivida original.
La fórmula final y completa es, pues:
Exp. vivida |
Exp. contada(sin
exagerar) |
Exp. contada
(exagerada, o sea +n) |
Sensación
X |
Sensación
X-n |
Sen. X-n+n
= X |
Fin de la sensacional teoría de la exageración.
* * *
Siempre pensé que mi teoría de la exageración era
una burrada patillera, y en consecuencia no la comenté nunca
con nadie (al igual que otras muchas teorías). Pero hace relativamente
poco (y, a mi edad, relativamente poco puede querer decir varios años)
me encontré con una idea parecida en un libro de un prestigioso
historiador del Africa, quien advertía precisamente que para
el historiador del Africa la tendencia natural de los pueblos sin escritura
a la exageración es un escollo que hay que saber medir.
Y, yo, que básicamente lo que estoy haciendo es historia oral,
me doy plena cuenta de ello, diariamente.
Volviendo a nuestro buen Abu, se me ocurre que su mentira no fuer una
mera exageración para incrementar mi sensación (aunque
sí reconoceré que, por un momento, mientras me lo contaba,
consiguió casi que visualizara yo al genio de marras arrojándome
una mortal piedra); la mentira de Abu pretendía algo más:
contagiarme una creencia; haciéndome creer que hasta las autoridades
blancas de la CBG habían terminado por ceder a la creencia negra
en el secreto de nuestro piedrófobo genio, conseguiría
que yo también creyera en él. Pero era mentira. De hecho,
dicho sea de paso, los africanos dicen tantas mentiras que estoy por
elaborar una "Teoría fabulosa de la mentira", pero
me faltan aún elementos de juicio (aunque acabo de indicar uno:
que así como la exageración sirve para reforzar la sensación,
la mentira sirve para reforaz la creencia: milagros, apariciones, vírgenes
embarazadas, fenómenos paralelos y lelas - "mentiras, todo
mentiras" como decía un bolero de José Feliciano).
Pero por el momento lo que quiero no es contar mentiras (son tantas
que ni contarlas podría), sino centrarme en el pozo de Kamsar.
Este pozo de Kamsar es el límite de mi mundo. Desde que
llegué a África no he parado de oír todo tipo de
relatos fantásticos propios -para mí- de una novela de
Lovecraft, pero tan evidentes -para los africanos- como la luz del día.
Por ejemplo: que los brujos tienen un ungüento que los hace impenetrables
a las balas. Que pueden hacerse invisibles. Que envían abejas
asesinas. Que pueden sacarse un ojo y volvérselo a poner. Que
los fotografías y luego no aparece nada en tu negativo. Que hay
genios invisibles por todas partes. Que hay viejos a los cuales si no
les paras cuando hacen autoestop, recitan unos versículos satánicos
y luego tienes un pinchazo, o un accidente. Que el camaleón puede
sacarte un ojo con su lengua o matarte con su veneno (esta, por lo menos,
estoy seguro de que es falsa).
Y yo ando siempre en la duda: ¿será mentira? ¿será
verdad? Y siempre con la incógnita: ¿cómo salir de
la duda?
Y hete aquí que, por fin, tengo frente a mí un caso verificable,
un caso sin lugar a dudas, una prueba, un criterio. Si arrojo la piedra
al pozo y muero, el "secreto" africano es cierto: los genios
existen. Si arrojo la piedra y vivo, es falso, y la Ilustración,
el "desencantamiento del mundo" como la llamó Max Weber,
no habrá sido ningún despropósito. Y yo salgo de
la duda. Al revés que el célebre "argumento de la
apuesta" de Pascal, por el cual el filósofo francés
nos invita a creer en la vida en el más allá, en mi argumento
si gano no gano nada, pero si pierdo lo pierdo todo. No, no es cierto
que no gane nada. Si gano, gano la certidumbre.
Pero ¿seré capaz de hacerlo? Te juro que jamás habré
necesitado tanto valor. Acercarme a ese hueco, piedra en mano, entre
los platanales y la frondosa vegetación, pensando que me estoy,
tal vez, jugando la vida, acercarme, digo, pensar que puede que muera,
acercarme más, con la piedra en la mano, pensando que el genio,
de existir, debe de estar durmiendo y que, de existir, le hará
muy poca gracia recibir una pedrada en su genial cocorota, seguir acercándome,
oyendo las voces de mis amigos africanos como en off: "varios
murieron...." Más cerca aún, pensando que tal vez
ese pozo llegue hasta Tuba, y que tal vez todo eso sea cierto y los
que estamos equivocados seamos nosotros. Pero tengo que acercarme más,
tengo que arrojar la piedra, tengo que matar al genio. Viva yo, y él
muera para siempre, o muera yo, y viva él para siempre. Tengo
que hacerlo.
Pero ¿lo haré?